domingo, 6 de enero de 2013

Reflexiones (II)

     Hay cosas que son siempre iguales, estés donde estés. Otras, son distintas cada vez. Otras son siempre iguales, pero dentro de su igualdad, elementos más pequeños que la conforman son siempre distintos. Me explico:

     Entras en un bar. Consumes. Te entran ganas de mear. Preguntas por el baño. Te diriges a donde quiera que te indiquen.

     Hasta aquí, siempre es igual. Pero entonces llegas a los baños, consciente de que cada puto local que existe en el planeta tiene su forma única e inigualable de señalar en qué baño se mea sentado y en qué baño se mea de pie. Cada local tiene su simbolito, su dibujito, su forma sutil de indicarte a cual debes dirigirte, según te sientas identificado o no.

     Miras la primera puerta, y a lo mejor el dibujo ya te parece indicar que es el tuyo. Parece una cara de hombre, pelo corto (cuando no sombrero, directamente) de perfil, fumando. Lo ves de primeras, lo examinas mentalmente en décimas de segundo... y sí, crees que es el tuyo: "Éste debe ser el de hombres".

     Pero pasado ese pequeño momento en el que todo se vuelve diferente, SIEMPRE sientes el mismo impulso irrefrenable: Sientes la necesidad de cotejarlo con la puerta de enfrente. "Joder, lleva aros enormes en las orejas y el pelo largo... tiene que ser el baño de mujeres, no he visto nunca desayunar aquí a Mario Vaquerizo. Si es que lo tenía claro desde el principio, no sé por qué tuve que desconfiar..."

     Por eso digo que hay cosas que siempre son iguales, cosas que siempre son distintas, y cosas que siempre son iguales y que contienen cosas que siempre son distintas. Así es la vida, amigos, una aventura a la vuelta de cada esquina. Una aventura y una puta, que todo hay que decirlo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe, gañán.